12/08/2014

Mario Livio: sin error no hay ciencia.



Mario Livio es astrofísico, investigador en el telescopio Hubble. Me encanta la anécdota del edificio y el barómetro: profes, tomad nota. Publicada en La Vanguardia.

"Tengo 69 años y aún tengo más miedo de apoltronarme que de arriesgar, así que soy joven. Nací en Rumanía, me eduqué en Israel e investigo en EE. UU. A los investigadores les aconsejo: "Planificad, pero dejad sitio a lo imprevisto". Colaboro con la Universitat de Barcelona

Livio ha estudiado errores científicos y demuestra que la ciencia no es un camino recto y ascendente hacia la verdad, sino un penoso avance en zigzag con marchas atrás y broncas públicas entre colegas no siempre objetivos. Él mismo inició su carrera con una tesis sobre nuevas estrellas que primero fue desmentida y años después rehabilitada. Por eso le fascinan los casos de serendipia en que el investigador elige un camino hacia un descubrimiento que no alcanza, pero hace otro inesperado. Es un error y un acierto a la vez, aunque sólo lo logran quienes se esfuerzan y arriesgan. Las pifias por pereza o desidia son más frecuentes, pero no llevan a ningún sitio.

Cómo mediría la altura de un edificio con un barómetro?

Ni idea... ¿Por la presión...?
Era la pregunta de un examen de física y la respuesta era fácil: mides la presión atmosférica en el techo y el suelo del edificio y, a partir de la diferencia, puedes calcular su altura.

Bueno es saberlo.
Pero un alumno dio diez soluciones: tirar el barómetro desde la azotea y cronometrar cuánto tarda en llegar al suelo para calcular la altura; lanzarlo atado desde el techo y medir la cuerda necesaria para llegar al suelo...

Ese chico tenía ganas de trabajar.
Medir la altura de la sombra del barómetro y la del edificio y luego aplicar una sencilla proporción. O medir la longitud del barómetro e ir haciendo marcas en la pared hasta al techo; contarlas y multiplicar. O balancear...

Mejor será que abreviemos...
Y la última era decirle al conserje que le das un barómetro si te dice la altura del edificio.

Ese estudiante era un genio.
Pero no dio la respuesta esperada y fue suspendido... ¿Sabe quién era?

¿...?
El Nobel de Física Niels Bohr. Y tal vez la anécdota, que corre por las redes, no es tan cierta como su moraleja: sólo superarás al profesor si haces más de lo que te pide.

Y demasiados profes piden muy poco.
Hay que arriesgar más que ellos y aprender a equivocarse mejor que ellos. Lo demuestran los errores de los genios de la ciencia.

¿Cuál es el más frecuente?
A menudo, los investigadores avanzan por un camino en pos de un objetivo y de repente tropiezan con otro descubrimiento...

...Pero no el que buscaban.
¿Y qué? Cualquier camino interesante en ciencia lleva a lo desconocido y cuando investigas te arriesgas a perderte, pero también a encontrarte con resultados insospechados y maravillosos. Ese proceso en farmacología se da con cierta frecuencia.

Buscan un hipotensor y hallan Viagra.
Y muchos otros fármacos descubiertos cuando se perseguían otros. Sucede también en medicina, física o biología. Además, en otras ocasiones para llegar a un gran descubrimiento debes prescindir de la lógica...

A la verdad se llega en zigzags.
...Darwin descubrió las leyes de la evolución, pero, como desconocía las de la genética, tuvo que cometer un grosero error...

Valió la pena.
Como muchos entonces, Darwin creía que los rasgos del padre y la madre que heredamos se mezclan, como dos colores de pintura en un bote, y transmiten un color nuevo.

¿Y...?
Piense en elefantes negros y blancos en una selva donde el color que confiere ventaja adaptativa es el negro. Pero si el color heredado fuera la simple mezcla del de los progenitores, todos los paquidermos acabarían siendo grises. Fleeming Jenkin denunció el error, pero Darwin no supo corregirlo. Ni Jenkin, porque no sabían leyes de Mendel.

Pero Darwin acertó en lo importante.
Igual que lord Kelvin: a mediados del XIX nadie sabía la edad de la Tierra. Unos citaban los 6.000 años por la Biblia y otros decían que era "infinita". Kelvin pensó en un pavo en el horno en el que lo primero que se calienta es la piel y lo último el corazón...

Eso es empíricamente demostrable.
El planeta también está más caliente a medida que profundizas en él, así que pensó que, si medíamos diversas profundidades y su diferencia en temperatura, podríamos calcular la edad de la Tierra, porque desde su formación ígnea iba perdiendo calor.

Como el pavo.
Kelvin calculó que la Tierra tenía menos de 100 millones de años, pero hoy sabemos que tiene 4.500 millones. Erró, porque no tuvo en cuenta la radiactividad, descubierta después, ni que la corteza terrestre flota sobre placas transportadas por corrientes que él desconocía. Pero acertó en lo básico.

Se equivocó con acierto.
Einstein tampoco aceptó que la gravedad fuera una fuerza misteriosa que nos atraía hacia el Sol. Dedujo que el Sol curvaba el espacio como si fuera un trampolín y que la Tierra, como una pelota, seguía esa curva. Enunció la relatividad universal, pero creyó que las estrellas eran estáticas... Y en eso erraba.

Pero la idea era de un bello equilibrio.
Pero si todo atraía a todo, todo al fin debería colapsarse, así que, para evitarlo, aplicó a mano arbitrariamente en sus ecuaciones una fuerza que contrarrestaba la de la gravedad en cada punto. Y se dio por buena...

...
...Hasta que en 1929 Hubble demostró que el universo no era estático, sino que estaba en expansión y Einstein pensó que esa fuerza expansiva era en realidad la que contrarrestaba la de la gravedad y sacó de la ecuación la que había anotado arbitrariamente.

Rectificó, como buen sabio...
¡Error! En 1998 se descubrió que el universo no se expande cada vez más despacio, sino más deprisa, y lo que le empuja es precisamente esa fuerza que Einstein había eliminado de su ecuación: la constante cosmológica. ¿Ve? La ciencia no avanza en línea recta, sino con zigzags y marcha atrás.