3/04/2011

Islam, democracia y derechos humanos


Artículo de Alejandro Navas comentando la revolución en Túnez. Muy interesante, porque para mí Túnez no existía.

"La cena tuvo lugar en un lujoso palacete a orillas del Mediterráneo, decorado con esculturas y frescos antiguos. El agua que llenaba la piscina procedía de un grifo en forma de cabeza de león. Desde su jaula nos acompañó el tigre favorito del anfitrión, «Pachá», al que alimentaban con cuatro gallinas diarias. Sirvieron doce platos, cada uno más suculento. Y el postre llegó en avión desde la Riviera francesa». Así narraba el embajador estadounidense en Túnez una velada con el yerno del presidente Ben Ali en julio de 2009. «Los excesos de la familia Ben Ali van en aumento», eran las últimas palabras de su resumen, tal como puede leerse en Wikileaks. En un despacho de 2008 había descrito a la familia Ben Ali como una «cuasi mafia». La revista económica Forbes calcula en cinco mil millones de dólares la fortuna acumulada por la camarilla del presidente, que controla gran parte de la economía nacional.

Las revelaciones de Wikileaks hicieron de detonante. El buen nivel educativo de la población tunecina –en esto se diferencia claramente de sus vecinos magrebíes– impulsó a los jóvenes manifestantes a movilizarse a través de internet. La revista Foreing Policy habla ya de la primera revolución desencadenada por Wikileaks.

¿Qué pretendían los manifestantes? Lo notable del levantamiento popular en Túnez ha sido su carácter espontáneo, no planificado, y la ausencia de inspiración ideológica: ni islamismo, ni nacionalismo, ni militarismo. El lema más repetido ha sido: «Libertad, trabajo, dignidad». La gente quería tan solo el disfrute de los derechos y libertades más elementales. «Queremos vivir como vosotros», les repetían los manifestantes a los periodistas europeos.

Como enseña la Historia cuando un pueblo se subleva contra un tirano, lo más «fácil» es derribar el régimen corrupto. Ahora viene la complicada tarea de organizar el nuevo orden. Ya decía alguien tan autorizado como Lenin que «una revolución no se hace, se organiza». Pero, mientras tanto, hemos presenciado una situación conmovedora como pocas: la gente normal que salta a la calle para conquistar su libertad.

La encrucijada en la que se encuentra Túnez –y que ojalá se plantee también en Egipto y en más países, al hilo de un posible efecto dominó–, actualiza el viejo debate sobre la compatibilidad entre Islam y democracia. Por ejemplo, para Samuel Huntington, profesor de Harvard, aunque en teoría el Islam y la democracia son compatibles, en la práctica no han marchado juntos. En cambio, el escritor libanés Amin Maalouf quiere ver probada esa compatibilidad en las significativas experiencias democráticas que vivieron algunos países musulmanes en las primeras décadas del siglo XX.

Llevamos años oyendo a dirigentes islámicos enfatizar que la pretensión occidental de exportar los derechos humanos y la democracia significa retroceder al más rancio imperialismo. En el mundo islámico perviven otra cultura, otra tradición, otra idea de la familia, del papel de la mujer, la libertad o el régimen político, afirman (por cierto, un discurso parecido se escucha a los líderes de los «tigres asiáticos»: China, Indonesia, Malasia, Singapur). A la vista de las manifestaciones callejeras hay que preguntarse: ¿A quién representan –o representaban– esos dirigentes? A su pueblo no, desde luego. Tunecinos y egipcios quieren lo mismo que nosotros: libertad, que se respete su dignidad, el estado de derecho, la imparcialidad de la verdadera justicia, trabajo y un mínimo de bienestar.

El politólogo Lahouari Addi, afincado en Lyon, muestra que Túnez cumple casi todos los requisitos para contar con una democracia estable y que no se explica cómo no la tiene aún. Ojalá este valiente pueblo tunecino la consiga ahora, porque se lo merece. Sin duda."