12/02/2009

Aborto y realidad social

Este sábado leí en El Mundo (que no leo nunca, pero estaba en Madrid) un artículo de Isabel San Sebastán muy bueno. Si legalizamos el aborto porque es una realidad social, ¿por qué no legalizamos tembién la violencia de género? También es una realidad social. Lo copio:

Es tramposo ampararse en la realidad social para justificar la necesidad de liberalizar el aborto e invocar esa misma realidad para implicarnos a todos en la tarea de erradicar la violencia doméstica. ¿En qué quedamos? ¿Asumimos la realidad social como algo inmutable o la combatimos cuando resulta perversa? Argumentan los defensores de la ley, celebrada en el Congreso con una gran ovación progresista, que 112.000 abortos el año pasado en España son otras tantas razones para convertir ese hecho en un derecho ordenado legalmente.

Puesto que se aborta y siempre se ha abortado -se nos viene a decir- demos por bueno el aborto. Y es exactamente lo que han hecho: han transformado un fracaso en una conquista. Han cargado sobre la mujer, sólo sobre la mujer, la responsabilidad de matar a su propio hijo como única forma de escapar a una situación difícil. Le han negado cualquier alternativa, puesto que nadie habla de ayudas a la adopción o a la maternidad en ese texto parido por tres mujeres que ignoran lo que es ser madre (Aído, Pajín y Murillo). Y pretenden convencernos de que nos han hecho un gran favor.

Vayamos ahora a esa otra realidad social que es la violencia en el hogar: 135.000 denuncias presentaron el año pasado las mujeres víctimas de esta lacra. 78 fueron asesinadas por sus parejas. ¿No son suficientemente elocuentes esas cifras que se repiten de año en año? ¿No deberían llevarnos a concluir que esta tragedia es una realidad social con la que hay que convivir civilizadamente, acotando, por ejemplo, la dureza con la que un hombre puede golpear a su mujer, tal como propugnan algunos líderes musulmanes? ¿No sería recomendable legislar los límites de la violencia de género considerando que estamos ante una acción que el hombre ha ejercido históricamente de facto? A nadie se le obligaría a pegar a su mujer, como a nadie se le obliga a abortar, pero se consagraría esa posibilidad democráticamente.

¿Verdad que es un disparate? ¿Verdad que a nadie en su sano juicio se le pasa por la cabeza tamaña barbaridad? Pues extrapolen al aborto y dígame dónde está la diferencia.

Lo cierto es que a quienes han votado esta ley del aborto no les parece un mal menor sino un bien mayor, y como tal lo defienden. Pues bien; déjense de justificaciones baratas, sean coherentes con sus propias convicciones y sigan con su política de muerte. Pero al menos actúen con sinceridad al redactar su próximo programa electoral e incluyan la eutanasia (aunque sea bajo la denominación de «muerte digna») como promesa estrella para la tercera edad. Así sabrá todo el mundo a qué atenerse.